Después de conocer las actitudes más valoradas, es el momento de entrar en el gran debate en gestión empresarial, y por ende, de la selección de personal. ¿Quién debería ser mejor valorado? Un candidato/a con grandes aptitudes concretas para el puesto o por otro lado alguien quien no dispone de tanto bagaje, pero sí de una gran actitud en su puesto de trabajo.
Desde la óptica de la gestión empresarial, la mayoría de gerentes y directivos coinciden en que deberían primar las aptitudes, pues quieren en su compañía a los perfiles más cualificados pensando que de este modo conseguirán aportar valor a la empresa y mejorar los resultados. Esta tendencia no es acertada ni incorrecta, evidentemente estamos hablando de personas, no se puede generalizar, ya que, cada persona y cada empresa actúan bajo sus valores y criterios.
Si nos centramos en el prisma de los recursos humanos, reclutadores y seleccionadores suelen coincidir, cada vez más, en que a la práctica la mejor forma de aportar valor a la empresa y el puesto de trabajo es la actitud, algo intrínseco de la personalidad de cada uno aportando diferenciación al servicio, más allá de las capacidades técnicas.
El primer punto de debate al tratar este tema suele ser que, evidentemente debe existir una base de aptitudes o conocimientos técnicos que peritan a la persona desempeñar las funciones requeridas, alguien con muy buena actitud pero sin los conocimientos adecuados no podría aportar valor, ni siquiera aportar el servicio que se esperad e ella, haciendo fácil la decisión si tuviéramos que elegir entre una persona muy experimentada y con grandes conocimientos, pero, por la contra con una mala actitud frente al trabajo o una persona sin ningún tipo de conocimiento pero con muy buena actitud, el 100% de los directivos elegirían al primero.
Imaginemos ahora, dos personas, la primera de ellas dispone de unas aptitudes excelentes y una mala actitud, por otro lado, la segunda tiene unos conocimientos limitados (suficientes para ejercer el puesto) pero su actitud y personalidad son fascinantes. En la mayoría de los casos, los directivos seguirían apostando por la primera persona cayendo en el más grave error. Aportar valor es algo más que realizar el servicio de forma excelente, ya que, en definitiva el cliente siempre espera que el servicio se produzca correctamente, lo que realmente aporta valor son los pequeños detalles aunque no vayan directamente vinculados a la producción del servicio, de este modo el cliente detecta que se le ha ofrecido algo más que el servicio, creando así un valor añadido a nuestro producto.